martes, 3 de abril de 2012

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Ojos cerrados. Siento sobre mi tus dedos pasar suavemente, desde la frente, pasando por la nariz y sin tocar los labios, hasta el filo de la barbilla. Suben y bajan con una textura mejor que la de cualquier pluma. Y qué grande es abrir los párpados y encontrarme con tus abiertos ojos.

martes, 20 de marzo de 2012

Re-lectura

Todo parecía correcto. Tu respiración, el latido de tu corazón, tu sueño. Pero estabas a punto de abandonar la barrera física que compartíamos, por la que podíamos compartir.
Ahora no puedo tener esas conversaciones por las que apasionarse, con las que aprender, con las que iniciar un apoyo. Tampoco abrazar el perímetro de tu cuerpo y sentir tu calor paternal. Ya no puedo llorar a gusto sobre tu hombro cuando tengo una decepción, ni escuchar aquel consejo que siempre estabas dispuesto a darme aunque fuera yo la que errara. No puedo sentir esa fuerza arrasadora que impulsaba a las personas a odiarte o amarte. Tampoco discutir contigo ni, en consecuencia, escuchar nuestra disculpa mutua. No puedo continuar acariciándote el pelo ni permitirme el lujo de darte un consejo o invitarte a desayunar café y porras.
Ahora lo único que tengo yo son monólogos que desvarían hasta perderse en la razón o en la sensibilidad, una piedra a la que mirar donde aún no pone tu nombre ni tu foto. Tengo lágrimas que asoman cuando nadie mira, gritos que mi voluntad ahoga por el bien de los que dejaste aquí, incredulidad ante tu marcha y algo de odio hacia aquello que te llevó de mi lado y alguna sonrisa cuando me doy cuenta de que parte de ti se mantiene viva en mi.