lunes, 17 de junio de 2013

Paseo

Doce y cinco de la noche. Me apetece andar y andar.

La ciudad está en calma y las calles se mantienen calladas. Sólo se oyen mis pasos aderezados con el silbido del viento y el cantar de un pájaro desequilibrado. La quietud penetra en mi corazón y lo único en lo que pienso es en respirar. La soledad de mi entorno es perfecta y mi cuerpo se relaja. El aire fresco en una noche tan calurosa es la guinda y, cuando me golpea tan dulcemente en el rostro y en el cuerpo, los malos pensamientos desaparecen haciendo que respire profundamente y que busque un sitio donde sentarme y así poder, con conciencia, seguir respirando y dejar que el viento despeje mis "x".

Una y veinte de la noche. Me levanto y me dispongo a desandar lo andado hasta llegar a mi cama.