martes, 25 de septiembre de 2018

Redonda lunera

Y siempre miraba por aquella ventana. Veía como, noche tras noche, se acicalaba el pelo y se mimaba la cara. No usaba espejos porque no los necesitaba. O eso pensaba ella, la señora blanca.
En todas las doces la veía cerrar los ojos y tumbarse. Siempre imaginaba que soñaba con la oscura mancha estrellada. O quizás con esas altas y barranqueadas montañas. Seguro que, alguna vez, su mente había viajado a su cara, pensaba, a vivir en su lado claro y marcado, observando, como hacía ella, todos los puntitos luminosos y las casas. Sonriendo por cada historia, por cada experiencia. O quizás, cavilaba en su redondez, se habría imaginado apoyada en su parte no visible, disfrutando de su oscuridad, su misterio y su aventura en el secreto. Seguro miraría, anonadada, a la nada y al todo en los que se movían, tintineantes, sus lejanas vecinas, las señoritas blancas.
Alguna noche lo descubrirá, por el movimiento de sus labios o por sus dibujos divagantes. Ella, lunera, lo sabrá.

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